Viernes, 22 Noviembre 2024

¿COFRE DE AGUA PLÁCIDA O UNA FILFA?

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Es una fruta que los árabes introdujeron en nuestra península y que consideraban un fantástico desintoxicante para el organismo y un perfecto refresco.

En plena canícula estival el cuerpo nos pide algo muy propio de la época: una fruta refrescante. La más idónea es probablemente la sandía. Prima hermana del melón, si en ocasiones se la ha tratado como la pariente pobre del mismo y tachada de sosa, mediocre y vulgar, su carácter refrescante y acuoso ha sido cantado incluso por los poetas, como es el caso de Pablo Neruda en su célebre oda a la sandía: ¡cofre de agua, plácida/ reina de la frutería / bodega de la profundidad, luna/ terrestre!” Entre sus detractores el más conocido es, sin duda, el insigne escritor catalán Josep Pla, que arremetía implacable contra ella: “La sandía es insulsa, agua pura teñida, mediocre, de un sabor populachero sin ambición; una pura filfa”. Ha sido una fruta que los árabes introdujeron en nuestra península y que consideraban un fantástico desintoxicante para el organismo y un perfecto refresco, lo que enlaza con lo que pregonaba, a viva voz, aquel vendedor de sandías que iba ofreciendo sus voluminosos frutos, de pueblo en pueblo, por los caminos de Andalucía: “¿quién por dos perras no come, bebe y se asea?”. En la Biblia se le cita con añoranza, cuando señala que los hebreos, en el desierto del Sinaí, recordaban las sandías que habían tan bien conocido y apreciado en su destierro en Egipto. Y es que, junto a Turquía, Egipto es el lugar del mundo donde más se ha idolatrado a la sandía y aún hoy día se le puede considerar la fruta nacional. Es muy ilustrativo al respecto, como el médico de Napoleón Bonaparte, Dominique-Jean Larrey en la campaña de Egipto, cuenta en sus memorias, (Relation historique de l’expédetion de l’armee d’Orient en Égyte et en Syrie). que las sandías, muy abundantes en aquellos huertos, salvaron del hambre y la sed a los soldados franceses carentes de agua y alimentos. Si bien, como contrapartida, tuvieron terribles indigestiones con las mismas. Por su carácter, neutro de sabor y su poder refrescante, se utiliza mucho en la cocina más vanguardista que presume de su ligereza. Baste recordar una receta de hace ya una porrada de años de Ferran Adriá, y no de las más complicadas sino de las sencillitas, editada, por cierto, en folletos destinados al ama de casa. Se trata de la “Sopa de sandía y tomate a la albahaca”. Y entre las cosas que más impacto nos han producido en este terreno (hace ya algo más de una década) fue el de una brillante golosina a la que su autor, el siempre imaginativo Rubén Trincado, chef del estelar restaurante donostiarra Mirador de Ulia, denominó expresivamente: “Fluido de sandía caliente”. Un prodigioso coulant de esta fruta que se mostraba de un rojizo chorreante al romper la costra (lograda con la intervención técnica de la celulosa) y horneada tan sólo unos instantes. Delicias que hacen buenas las sensuales palabras del precitado poeta, sobre la sandía: “quisiera morderte/ hundiendo / en ti/ la cara/ el pelo/ el alma...”

 

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