# DE “SANGRIENTOS” A “EXPLOSIVOS”
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Cuando vemos lucir en los mercados veraniegos los maravillosos tomates de las huertas guipuzcoanas con ese color rojo tan elegante y provocativo no podemos por menos de evocar uno de los cócteles en los que interviene esencialmente su jugo púrpura y que posee una bella historia digna de ser contada: el Bloody Mary, cóctel del que forma parte inexcusablemente el vodka. En este sentido, pocas definiciones habrá tan agudas e irónicas de este combinado como las que expuso David Embury en el interesante libro Fine Art of Mixing Drinks (El buen arte de combinar bebidas) donde lo considera como un clásico de "conjugar en una misma bebida el veneno y el antídoto".
Pero volviendo a sus orígenes, parece ser que el nombre lo toma del insultante apodo (“Bloody Mary” significa “María la sangrienta”) de una reina, María I de Inglaterra, María Tudor, así conocida por la bestial represión de que hizo objeto, en su corto reinado, a los protestantes en su intento descabellado de restaurar el catolicismo a lo bestia.
Aunque nadie sabe realmente cómo, cuándo ni dónde hizo su aparición el Bloody Mary, cobra cada día mayor fuerza la historia del estadounidense de origen francés Ferdinand L. Petiot, cantinero del Harry's Bar de París, quien dio el primer paso al mezclar vodka y jugo de tomate en 1920. Más tarde, el mismo Petiot le agregó a la mezcla anterior sal, pimienta y salsa Worcestershire, y entonces la bebida fue bautizada como "Red Snapper". Luego esta receta evolucionó notablemente en los Estados Unidos, donde no sólo se hizo famosísima, sino que se convirtió en un emblema de la coctelería norteamericana, pese a su origen parisino. El mismo Petiot, que se trasladó a América por cuestiones profesionales, se convirtió en encargado en el bar de King Cole en el Saint Regis Hotel de Nueva York, donde añadió a su coctel, además, limón y salsa Tabasco, cerrando la fórmula tal como la conocemos hasta la actualidad, al menos en su versión más genuina.
Hace ya bastantes añitos que el cocinero donostiarra Peru Almandoz, del tristemente desparecido restaurante Urepel, (y actualmente flamante restaurador en los E.E.U.U.), tras un fructífero viaje profesional a Canadá, trajo de aquellas tierras una fórmula típica del acervo gastronómico de aquel gran País. Se trata de una preparación de jugo de almejas, que se comercializa como Calamato, y que se incorpora al referido cóctel. Además, creo recordar, en el referido viaje Almandoz se desplazó a Calgary, en el suroeste de Canadá, concretamente al restaurante La Chaumière en donde, según las crónicas de la época, cautivó a una amplia clientela canadiense que se dio cita en el banquete. Llevó un menú titulado Sky, Mountains and Sea (Mar, montañas y cielo), cuyo contenido estaba pleno de sabor y delicadeza El festín empezó con la emblemática (allí además sorprendente) Gilda, con pan frito en aceite al ajo y acompañada de un delicioso granizado de Bloody Mary, y una Cuchara de frutos de mar salteado con verduritas, gratinado con un sabayón y salsita de berros
Actualmente el gran cocinero Dani López del Kokotxa donostiarra ofrece un plato soberbio en su más reciente carta cuyo enunciado viene muy a cuento: "Ceviche de vieira, crema helada de pepino y Bloody Mary". Asimismo, es imposible olvidar la irrevocable pasión del cineasta Luis Buñuel por los cócteles, pero en concreto por uno que adoraba especialmente: el Dry Martini. Se ha puesto en boca suya una frase lapidaria y emblemática de su personalidad: “a solas con mi Dry Martini dudo de las ventajas del dinero y de la cultura”. Es de sobra conocida la composición del Dry Martini, un cóctel americano cuya base fundamental es la Ginebra. Lo que hizo Buñuel fue dar su fórmula personal a través de uno de sus personajes en “El discreto encanto de la Burguesía” (1972). Tenía a gala también haber inventado el Buñueloni, un cóctel que es una variante del Negroni, pero que en lugar de mezclar Campari, ginebra y Cinzano dulce, añade Carpano.
Para concluir, el cóctel más explosivo según nos cuenta el cinéfilo Federico Corcuera (en la revista Buena Mesa nº29) era: "el elaborado por Jerry Lewis, interpretando al temible Buddy Love (un retrato despiadado de su antaño compañero Dean Martin, alias Martini por su afición a esta bebida) en El profesor chiflado (1963) y bautizado por él mismo como “Calentador de oso polar de Alaska", cuyos ingredientes son: un chorro de Vodka, un poco de Ron, algo de Bitter, gotas de vinagre, un copa de vermú, una copa de ginebra, un poco de coñac, una corteza de limón, una corteza de naranja, jerez y algo de whisky. Esperemos que no se le ocurra copiarlo a ningún coctelero cinéfilo".