LA CIGALEÑA, PEREGRINACIÓN OBLIGADA
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una cena entre amigos. Hay días en los que todos los factores confluyen para dar lugar a una noche irrepetible. Todo sucedió en el mes de Febrero, durante nuestra segunda semana de vacaciones. Relajados, tras unos cuantos días perdidos por viñedos de León, Lugo y Orense. Tras unas jornadas pensando en clave de vino, todo se ve de distinta manera, la mente rebosa de buenas vivencias. Buenas gentes con las que habíamos compartido momentos vibrantes, llenos de energía positiva. Conocer en persona a José Luis Prada, una leyenda viva, en su Palacio de Canedo y compartir con él y sus amigos una jornada por el Bierzo no tiene precio. Pasar una mañana con Verónica Ortega en su minúscula bodega, con sus ánforas, su simpatía y sus maravillosos vinos no es labor que pueda hacerse cualquier día. Recorrer en todoterreno los espectaculares viñedos donde nacen los vinos de Laura Lorenzo, perdidos entre la grandiosidad de la Ribeira Sacra, colgados en laderas casi imposibles de llegar. Son momentos mágicos e irrepetibles, en los que conviene convertirse en esponja y absorber todo lo que entra por ojos y orejas. Conocimos también a Nacho González, actualmente el único loco volcado en la elaboración de vinos naturales en Valdeorras. Vinos originalísimos y llenos de personalidad, tanta como la del propio Nacho.
Todos estos momentazos llenos de alegría fueron motivo de conversación durante la magnífica cena en La Cigaleña de Santander. Andrés Conde, su alma mater, no es una persona cualquiera. Andrés es más que un apasionado del vino. Disfruta haciendo disfrutar a las personas que se ponen en sus manos, sorprendiéndolas con vinos llenos de alma, emocionantes, con botellas casi imposibles de beber si no es en su restaurante y con un nivel de conocimiento y vivencias vinícolas fuera de lo común. Le conocimos en Sanlúcar de Barrameda, en la Taberna der Guerrita de nuestro querido amigo Armando Guerra, donde nos desbordó con una magistral cata de vinos de Jura. Tras aquella sesión, supimos que el destino estaba ansioso por premiarnos con una visita a su templo más pronto que tarde.
La cena fue excelente, sin florituras ni tonterías en los platos, aunque con exquisita presentación y nivel de producto excepcional, magistralmente dirigida por su hermano Juan. ¡Y qué decir de los vinos! Pocas veces he sentido tanta conexión entre el vino y la comida, sintonías originales y sorprendentes, aunque siempre con un sentido profundo. Para levantar el apetito, he aquí los ejemplos especialmente destacables: el "Pur Jus" 2014 de Domaine Belluard, elaborado con uva Gringet en una región tan desconocida para nosotros como Savoie, casaba de manera delirante con unas fabes con erizos; "Les Marnes" 2005 del gran Philippe Bornard de Jura ofrecía la elegancia y mineralidad necesaria para ensalzar un finísimo y delicioso sashimi de lubina con ajos tiernos; o un Château Meylet 2003 de Saint-Emilion que era pura emoción - los que me conocéis sabéis que no me entusiasman los vinos de Burdeos - con un arroz con becada, cuya combinación debería servir de ejemplo en cualquier tratado sobre el maridaje. Para terminar, una tabla de quesos principalmente locales que fue ampliada - ¡hasta tres veces! - regados con un Rousset Peyraguey 2003 de Sauternes y el siciliano Marco de Bartoli Riserva 10 anni.
Terminamos la velada con un riquísimo y contundente Marc de Bourgogne de Guy Roulot mientras preparábamos la excursión del siguiente día al Portal de Echaurren en Ezcaray de los hermanos Paniego, pero eso os lo contaré en el próximo artículo.
ESENCIA DE VID
DANI CORMÁN
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