Viernes, 22 Noviembre 2024

EL AROMA DEL OLOR

EL AROMA DEL OLOR Imagen 1

 

Fuera face mucho frío. Ha estado lloviendo toda la mañana y no ha nevado por muy poco. Los montes que veo desde mis aposentos siguen estando blancos. Llevan así todo el invierno.

Tengo la nariz llena de mocos y eso en mi oficio es jugar con fuego. No sé qué pasó, pero ayer estuve todo el día con sensación extraña. Tal vez haya tenido fiebre durante la noche. Me he puesto varias mantas, pero la sensación de frío la sigo manteniendo. 

A primera hora he estado unos instantes en las cocinas y avía un ajetreo fuera de lo normal. No les gusta verme por ahí. Saben que mi presencia les trae mal fario. Nunca deseé esa sensación cuando empecé en este oficio, pero las consecuencias de mi trabajo les afectan de manera directa. 

Estaban ordenando las garrafas de vino. Desde algún lugar remoto avía llegado farina blanca. Jamás la avía visto. Los panes que se encontraban cerca del forno tenían un interior muy blanco. Avía cestas con caquis traídos de no sé dónde. Llevaban ya unas horas asando una ternera entera y el olor que venía de las brasas estaba en el ambiente, seguro, pero yo no era capaz de reconocerlo. Nunca avía visto facerlo y siempre eran cerdos los que se asaban. Los faisanes y las perdices estaban desplumadas y listos en varias marmitas. Las liebres colgaban de un travesaño todavía con la piel. Media dozena de cisnes se estaban cocinando en otra cazuela. Las brasas estaban dando a la estancia un calor y color acogedor. En una esquina avía charolas con manzanas apiladas. Al pasar por una puerta de acceso al comedor tuve la sensación de oler a romero. Parece que empiezo a estar mejor. 

La visita de hoy debe ser muy especial. Todo el mundo está muy nervioso. Face unos días el sennor duque volvió a amenazarme con casar a mi hija con un desalmado anciano si yerro en mi trabajo. Solo tiene catorce años. 

Paga pocos reales, pero tengo un lugar privilegiado en el ala norte del palacio. Me viste con ropajes elegantes en especial cuando debo salir al comedor. Eso también me gusta. Con la excusa de mi trabajo pruebo cosas que alimentan el gaznate. Él me sacó de la pobreza, sí, pero a cambio de estar en una cárcel de lujo. Además, desde la muerte de mi mugier mi mente solo tiene espacio para una persona. Y desde que cumplió los trece está bajo la amenaza del maldito duque. Es guapísima, dulce y muy lista. 

Ayer estuve visitando a una hechicera que vive en el bosque. El lugar es maravilloso. Huele a todo tipo de pócimas. Tiene tarros de cristal con yerbas secas de todos los tamaños. Me hizo unos vahos con agua, orégano, tomillo, menta, miel y cáscara de limón seca. También algunas raíces oscuras que no me quiso decir su nombre. Estoy mejor, sin duda funcionó, pero sigo nervioso por la comida del mediodía. En el menú no hay nada que pueda hacerme confundir. Hoy siento que no hay peligro. No creo que mi nariz me juegue una mala pasada.    

Parece que el sol se ha abierto paso entre las nubes. Llega el momento. Me he puesto una pechera muy bonita con ribetes dorados, botones a juego y una chaqueta de color azul. Huele a jabón de tomillo, mi preferido. Estoy oliendo la comida, mi ropa limpia. Parece que es una pátina para empezar a oler, a escudriñar aromas ocultos. Mi nariz está limpia. Todo está listo. Bebo un poco de agua. Mi lengua ayudará a detectar lo imposible. 

Los gritos de mi señor demandándome no se retrasarán. 

Llega la peor parte. Caminar en silencio hasta el mismo centro de la mesa del enorme comedor. Todos, invitados y sirvientes, me observan. Siento sus miradas inquisitivas. A veces dudosas. ¿Qué sabrá este pelado? oí decir en una ocasión. En medio está el Sennor Duque. Fabla algo con su invitado. El primer plato ya está a la vista en fuentes enormes. Pavos reales asados con sus plumas como decoración. En un gigantesco carro con carbones ardiendo llega la ternera adornada de palomas torcaces. Pruebo todo lo que puedo antes de dar mi consentimiento. Olfateo como un canis tras setas, almendras y el sabor amargo de algo que no esté quemado. Todos me observan en silencio y esperan mi aprobación. En ningún lugar fallo aroma sospechoso alguno. Cato varias ánforas de vino en incluso el agua y varios barriles de cerveza. Buscaba el aroma de la ponzoña en el olor. Nada. Asiento con la cabeza y media sonrisa. Comienza la fiesta. Todos ríen y beben hasta saciarse.

Al acabar la sorpresa me la da el propio sennor con la noticia de que aquel distinguido invitado con más ancianía en sus piernas que el propio Matusalén iba a ser el flamante marido de mi hija. Que vivía muy bien, y que le debía ese favor me dixe con dóciles palabras. Y que la boda se consumará en el plazo de dos días con otro festín en el mismo lugar.

La noche se ha hecho larga hasta la cabaña de la jurguina. Fazme algo que sea letal, tremendamente tósigo, le suplico. Que incluso el vino más delicado pueda ocultar. La mugier mantiene su melena de pelo blanco muy cerca de la lumbre. 

Tarda en responder. 

 

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