Viernes, 22 Noviembre 2024

TIEMPO DE ALCACHOFAS

TIEMPO DE ALCACHOFAS Imagen 1

 

El cocinero levantó la vista. Dejó de picar la cebolla. El cuchillo paró su frenético vaivén sobre una tabla ajada de madera. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que sus lágrimas se ausentaron de sus ojos hacía ya un tiempo. En su momento lloró las reservas que tenía guardadas. Las gastó todas y cada una en aquel maldito día que le cambió su vida. 

Por completo. 

Trago saliva, pero la imagen del cadáver de su mujer tirado sobre un charco de sangre y cristales se le hizo corpórea. En mitad de un paso de cebra del centro de esta maldita ciudad. La ambulancia llegó casi al mismo tiempo que él, pero ya era tarde para todo. No pudo despedirse de ella a pesar de haber oído el ruido desde el balcón de su casa. Le hubiera gustado saltar desde allí mismo cuando se asomó para llegar antes a su vera. 

Había pasado más de un año, pero el recuerdo se mantenía fresco. El sonido sordo y cruel del golpe y el frenazo agudo e inútil. Todo junto.

Se acercó al ventanuco que daba a la cocina. El trapo colgaba del delantal con aire desafiante. Miró el comedor intuyendo que hoy era el día.

El cliente que durante tanto tiempo había estado esperando hizo su aparición. Abrigo negro y bufanda clara. No tenía barba, pero era él. Por un momento pensó que no fuera cierto. Desde que observó sus ojos el día del juicio no los había vuelto a ver. Una mirada sonriente cuando oyó la pena mínima. Imprudencia temeraria con resultado de muerte. No iría a la cárcel. La visión a través de la cristalera que separaba la cocina del comedor era diáfana. El amargo recuerdo se intensificó. Consiguió el trabajo hace medio año. Llevaba seis meses de paciente espera. Sabía que llegaría el momento. Estoy preparado para ello, se dijo. Conocía de sobra que lo frecuentaba.

Tuvo la sensación de que la comanda tardaba en llegar varias horas. Su corazón palpitó fuerte cuando la camarera se la entregó. No podía imaginar que pudiera tener la oportunidad de hacerlo. En seguida se dio cuenta al leerla que la diosa fortuna se aliaba con él facilitando su acción en forma de plato de alcachofas. No haría falta ponérsela de guarnición a cualquier plato de carne o pescado. No. De primero la verdura, ya está, leyó, y de segundo… qué importaba el que venía después, sonrió para sí mismo.

Corrió hacia la despensa. El cazo que llevaba en la mano lo llenó en tiempo récord con varias de ellas. Después fue al congelador. Desbloqueó la puerta con llave y accedió a su interior. Agarró un paquete pequeño escondido al fondo. Del tamaño de una caja de cerillas. Al llegar de vuelta a los fogones vertió el contenido sobre un recipiente y lo puso sobre la encimera. La salsa apenas hirvió en mitad de la placa. Controló el resto del comedor sin apartarse un solo instante del cazo. Calentó el plato antes de servirlo. 

La camarera le instó a que se lo pasara. --¡Me ha dicho que tenía prisa! le dijo desde el pase. Se lo llevó humeante. El perejil despedía un sutil aroma. Ocho medias alcachofas amontonadas en medio componían una escultura desigual. 

Observó en la distancia cómo el cliente hablaba por el móvil haciendo aspavientos controlados. Ni siquiera miró el plato cuando se lo sirvieron. Desde el otro lado del cristal el cocinero no se ofendió por ello. Solo cuando colgó la comunicación bajó la mirada. Parecía que apreciaba su olor. Pinchó una de ellas y se la acercó a la boca. Sopló antes de hacerlo. Hizo ademán de abrir la boca, pero algo interrumpió su movimiento.

El cocinero cambió de expresión cuando una mujer de pelo largo se sentó a su lado después de besarlo furtivamente. La camarera le preguntó algo que no supo pero que se imaginó con certeza. 

Le acercó cubiertos, servilleta y una copa. El hombre comenzó a hablar de manera acalorada mientras sostenía en su mano el tenedor con el trozo de alcachofa todavía humeante. 

El cocinero pensó que la mujer tendría la misma edad que la suya. No parpadeó mientras sus ojos observaban la escena.

Un compañero le reclamó en la cocina y volvió sobre los fogones con rapidez. En apenas cinco minutos el plato volvió vacío a la zona de fregado. El lavavajillas lo dejó impoluto.

Quince días más tarde empezó a mirar las esquelas desde el ordenador. No tardó en tener una sorpresa. Se reclinó sobre la silla. Los labios amagaron una sonrisa. El sabor amargo de la alcachofa atravesó sus recuerdos.

 

 

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josema 6336

  

 

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