EL PRECIO DE LOS “FUERA DE CARTA”
Ha llegado Septiembre, vuelta al cole para todos, vuelta a casa para los foráneos, y probablemente uno de mis meses favoritos para poder disfrutar del buen tiempo y de los restaurantes que aún tengo por descubrir pero sin los agobios del verano.
Y con este feliz planteamiento empecé el mes después del tradicional periodo inhábil de mi profesión. Elegimos un restaurante y allá que fuimos la semana pasada. Todo estupendo, trato exquisito durante toda la comida, y el producto y la elaboración estupendos, pero volví a encontrarme con un feo detalle que en alguna otra ocasión ya me había asaltado en otros sitios. Le voy a contar el pecado, estimado lector, pero permítame que me calle el pecador.
Como ya he dicho desde el minuto uno el trato fue exquisito, nos trajeron la carta y todo pintaba estupendo, y el atento camarero, comenzó a cantarnos los “fuera de carta”. Esos platos no contemplados en la carta no venían impresos, nos los contaba y cantaba el amable camarero, pero cuál no sería mi sorpresa cuando tras cada plato, saltaba al siguiente sin hacer mención al precio. Mal, mal, mal.
Los “fuera de carta” no están exentos de la obligación de presentarse con el precio, y es más, no creo que sea tan costoso imprimir unas cuantas medias cuartillas con dichos platos, entregando una por mesa, que no por comensal, para que el cliente tenga claro lo que va a pedir y a qué precio se le va a cobrar.
No se trata aquí de racanear un plato, si vamos a comer se come, pero si de poder gozar de la transparencia de saber el precio exactamente igual que con los que están incluidos dentro de la carta habitual. La solución que propondría cualquiera, y que nosotros empleamos fue preguntar, sin embargo, esto no es del todo correcto ni legal, porque de hecho, la obligación que el legislador impone de mostrar el precio de los productos ofertados, alcanza también a estos platos fuera de carta.
Y más allá de lo legal y lo que no lo es tanto, está la cuestión de lo que el hostelero pretende no poniendo el precio, o más bien, de lo que provoca. Si el cliente no pregunta y por miedo a un elevado precio (que no tiene porqué ser) no pide el plato, quizás se pierda una experiencia gastronómica maravillosa, pero en caso de que decida preguntarlo, estaríamos colocándole en una situación quizás algo incómoda, que es posible que le haga valorar de una forma más crítica su experiencia en el local. Dicho sea todo esto desde la idea de base de que ningún hostelero que se precie de serlo aprovecharía un fuera de carta para dar la clavada, personalmente me gusta pensar que la gente es honesta, y suelo salir de casa con esa idea en la cabeza.
Conclusión, perdamos el miedo a poner los precios con claridad, a darle valor al producto y al trabajo que se esconde tras cada plato, si el precio es justo conforme al arte que esconde, ni el empresario quedará frustrado ni el consumidor se sentirá engañado.
DURA LEX SED LEX
Alazne Cano
Letrada - Col. 4461 ICAGI