El senado francés ha aprobado una norma que protege el patrimonio sensorial de las zonas rurales, incluido el kikiriki de los gallos.
Érase una vez un pueblo situado en la isla de Saint-Pierre-d’ Oléron, al suroeste francés, donde habitaban en armonía y paz sus pintorescos y diversos vecinos, cada uno con sus usos y costumbres, sus hábitos y sus quehaceres cotidianos, y hacían de aquel entorno un rincón singular en el que la vida transcurría sin sobresaltos.
Su banda sonora habitual la conformaban el murmullo del agua, los balidos de las granjas, el motor de algún tractor y los tañidos de las campanas anunciando el paso de las horas. En ese pueblecito allá por el año 2015 nace nuestro protagonista, el gallo Maurice, que no descubre hasta más tarde su don natural para el canto.
Es entonces, en el año 2017, cuando una pareja de jubilados que vivían en una ciudad en el centro de Francia deciden pasar algo más de tiempo en su segunda residencia, ubicada casualmente en este idílico lugar. Y comienza la batalla.
La pareja denuncia a Corinne Fesseau, la dueña del gallo, por las molestias que este ocasiona debido a su cacareo madrugador. Poco imaginaba en aquel momento Maurice, nuestro gallo, que involuntariamente y debido a su instinto cacareador, iba a convertirse en el símbolo de todo un movimiento rural.
El destino quiso que Corinne no se amedrentara ante la situación y se decidiera a defender uno de los valores más importantes que nos quedan en este planeta, la autenticidad de nuestro entorno natural. Y afortunadamente pronto se dio cuenta que no estaba sola. El mundo rural se unió entorno a su causa consiguiendo decenas de miles de firmas. En 2019 la Justicia Francesa rechazó la demanda condenando a la pareja de demandantes a abonar 1.000€ a Corinne en concepto de daños y perjuicios. Esa fue la primera victoria de Maurice y su canto del gallo.
Los roces entre urbanitas y aldeanos se fueron haciendo cada vez más visibles porque lo que nuestro gallo y su valiente dueña consiguieron es dar voz al mundo rural. El alcalde de otra pequeña aldea, Gajac, solicitó al Gobierno Galo que declarase los sonidos del mundo rural parte del Patrimonio Rural de Francia y su carta abierta llegó hasta el Parlamento. Ese mismo verano, a este alcalde le siguió otro que colocó un letrero de bienvenida a la entrada de su pueblo donde se leía lo siguiente: “Atención ciudadano. Us-ted entra en un pueblo francés por su cuenta y riesgo. Tenemos campanas que suenan con regularidad y gallos que cantan muy temprano. Si no lo soporta, está en el lugar equivocado.”
El pasado año 2020 el gallo Maurice pasó a mejor vida pero para entonces ya se había convertido en el símbolo de la Francia Rural. Dejó un gran sustituto para su gallinero, a su hermano Maurice II, pero lo más importante es que también consiguió con su cacareo otra gran victoria que ha sido noticia estos días.
El Senado francés acaba de aprobar una norma legislativa que protege el patrimonio sensorial de las zonas rurales. Y por supuesto dentro de ese patrimonio está el kikiriki de los gallos pero también el redoble de las campanas, el sonido de las cigarras e incluso el olor a estiércol porque todos ellos forman parte de la vida rural.
¡Bravo Maurice! Gracias por compartir con todos tu canto, alto y claro.
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Etiquetas: nº 197 - abril 2021