Jueves, 21 Noviembre 2024

PRINCIPESCOS, CINEMATOGRÁFICOS Y CARNAVALEROS

PRINCIPESCOS, CINEMATOGRÁFICOS Y CARNAVALEROS Imagen 1

Según cuenta la leyenda, un guerrero cosaco jamás montaba a caballo sin su diaria ración de caviar, ya que acrecentaba la virilidad y la fuerza.

 

"Las únicas cosas que nos llevamos de esta vida terrenal son las cosas que hemos regalado”. 

Isak Dinesen (El Festín de Babette)

 

Los blinis tienen mucho de principesco y otro tanto de cinematográfico. No en vano, una de las películas consideradas como estandarte del cine gastronómico: El Festín de Babette, incluye en su  pantagruélica cena precisamente esta preparación. El menú es sencillamente sublime: Sopa de tortuga; Blinis Demidoff (con caviar y crème fraîche); Codornices en sarcófago de hojaldre con foie gras y salsa trufada; Ensalada de endivias con nueces; surtido de quesos franceses; Baba al ron y ensalada de frutas escarchadas; fruta fresca (uvas, higos, piña…) y unos vinazos de quitar el hipo: Jerez amontillado con la sopa, Champagne Veuve Clicquot 1860 con los blinis; Clos de Vougeot 1845 con las codornices y los quesos, curiosamente, agua con la fruta y de remate, Marc de Champagne. Volviendo al tema que nos ocupa, los blinis son precisamente eso, una especie de tortitas cuyo singular nombre nos advierte ya de entrada que hablamos de una preparación típicamente rusa, país en el que ha habido la costumbre histórica de acompañarlos de nata agria, mantequilla y por supuesto, caviar o incluso de pescados ahumados u otras huevas de salmón, trucha etc.

Marta Belluscio en el delicioso libro “Comida y Cine: placeres unidos”, en el que da una receta de Blinis Demidoff, nos cuenta que el origen de este encopetado entrante, estriba en el aristócrata y gastrónomo ruso que le da el nombre al plato, Anatole Demidoff, que pertenecía a la “crème de la crème” de la sociedad rusa del siglo XIX y que estaba emparentado con la mayoría de las casas reales europeas. Según cuenta la leyenda un guerrero cosaco jamás se montaba a caballo sin antes tomar su diaria ración de caviar, ya que acrecentaba la virilidad y la fuerza, así que en esta creencia debe estar basada con seguridad la génesis real de los blinis.

Lo que diferencia a los blinis de los crêpes, las filloas gallegas y también los panqueques argentinos (rellenos generalmente de dulce de leche), es que en su composición interviene la harina de alforfón (trigo sarraceno), mezclado en principio con harina de trigo, huevos, leche y grasa. Aunque no es menos cierto, que la cuestión es más compleja que todo ello, porque existen diversas clases de blinis: de crema de arroz (con una mezcla de arroz y de flor de harina), de huevo (donde se añaden huevos duros picados a la pasta clásica), de sémola y de agua (en lugar de alforfón y agua) e incluso de zanahorias incorporadas en puré. Por lo demás, estas finas obleas coinciden con los crêpes en que son preparadas en pequeñas sartenes, en este caso especiales con fondo grueso y el borde alto. También tienen otra característica en común, más que característica, dato anecdótico. Y es que los blinis y los crêpes, han sido objeto de las más variadas supersticiones y ritos. Hasta hace poco eran una especialidad del martes de Carnaval, ya que se consideraba que comerlas en esta festividad traía suerte. Esta creencia se ve reforzada por la leyenda que cuenta que Napoleón Bonaparte, como buen corso, supersticioso a más no poder, el martes de Carnaval de 1812 decidió hacer crêpes. Echó la masa a la sartén, cogió ésta por el mango y la hizo saltar en el aire, pero el emperador falló y la masa se estrelló contra el suelo. Hasta nueve veces repitió el intento, fallando en tres de ellas. Pocos meses después el emperador declara la guerra a Rusia y ahí comienza su fatal decadencia.

 

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CRÍTICO GASTRONÓMICO