Viernes, 22 Noviembre 2024

# ANTICIPACIÓN GUSTATIVA


Cuando felizmente llega la publicación ondojan.com a un número tan redondo y complicado de alcanzar como es el 100, quisiera aportar un granito de arena para conmemorarlo

Cuando felizmente llega la publicación Ondojan.com (La Revista para comer bien en Gipuzkoa) a un número tan redondo y complicado de alcanzar como es el 100, quisiera aportar un granito de arena para conmemorar esta efemérides. Para ello, qué mejor que exponer un texto alusivo al nacimiento y desarrollo histórico de las guías que nos sirven de lazarillos gastronómicos, sobre todo en terrenos que aun no hemos explorado. Este flashback tiene mucho que ver con lo que ha llegado a ser este asunto hoy día

Es a comienzos del siglo XIX cuando nacen propiamente la prensa y las guías gastronómicas. Exactamente en 1803 el refinado goloso y magistrado Alexandre Balthazar Laurent Grimod de La Reynière, sin duda alguna el precursor de los escritores gastronómicos, saca a la luz su primer número anual del Almanach des Gourmands del que hizo ocho entregas en sucesivos años.

El citado Grimod, que había convertido su natural inclinación golosa en profesión, sacando partido de ella, plasma en este almanaque o primera guía lo que ya venía haciendo a través de sus jurados degustadores, pioneros de lo que serían a posteriori las academias de gastronomía: un itinerario "nutritivo" de París, dando bendiciones y condenas, ensalzando o denigrando a los nacientes restaurantes y a los comercios de alimentación de la capital francesa. Se dice que tal como sucede en la actualidad, los restauradores y cocineros le otorgaban a estas puntuaciones una importancia decisiva, produciendo similar estado de ansiedad e incluso de angustia como cuando se acercan las fechas de aparición de las guías, y muy en particular de la Michelín.

Se ha acusado a Grimod de La Reynière de ser un personaje corrupto, parcial, caprichoso y muy altanero. Muchos de los adjetivos con que hoy en día también se adornan las "cualidades" de muchos críticos. Pero hay que decir, en honor a la verdad, que gracias a la labor de este primer crítico gastronómico de la historia, se impuso entre otras cosas algo que parece baladí, como es el servicio plato a plato en lugar del antiguo método de los buffets sucesivos, logrando así comer caliente las viandas y racionalizar el servicio. Y es que, como señala oportunamente Jean François Revel de este personaje, (como sucede con muchos críticos) tuvo por función "estimular la imaginación del público y establecer una retórica culinaria, creando en las mentes esa anticipación gustativa”

Para mi gusto la transcendencia de Grimod es mucho más relevante -vista desde el punto de vista actual- que la del archiconocido Jean Anthelme Brillat-Savarin. Por aportar un detalle al respecto, es muy significativa esta frase de su libro “Manual de anfitriones y Guía de golosos”: “De todas las profesiones, cuyo objetivo es la satisfacción de nuestro apetito y el máximo disfrute del arte alimenticio, la de mayordomo (hoy podemos perfectamente sustituir esta palabra por la de camarero), es la que exige una mayor reunión de cualidades, virtudes y conocimientos”. Y sigue desgranando verdades como puños: “Un buen mayordomo debe ser a la vez excelente cocinero, fino degustador, lúcido proveedor, hábil sirviente, calculador exacto, conversador agradable, dinámico y educado”. Brillat leyó con interesada atención este libro Y es que muchas de las páginas de su famosa y un tanto discutible «Fisiología del gusto» responden fielmente al ideario gastronómico de Grimod.

Como señala jocosamente el inolvidable escritor y gastrónomo catalán Néstor Luján: “Cuando la Restauración, Grimod se retiró con su esposa, una actriz de la Comedia Francesa, Adélaide Thérèse Feuchère, a un castillo que poseía en Villiers-sur-Orge. Lo curioso del caso es que este eterno bromista lúgubre había adquirido la mansión de la Marquesa de Brinvilliers, la célebre envenenadora que, en el reinado de Luis XIV, acabó en el patíbulo por sus crímenes. Allí dio espléndidos banquetes hasta el fin de su vida. Alejandro Dumas padre, que era hombre que sabía de la buena mesa, afirmaba que la mejor minuta que había comido fue en este truculento castillo, lleno de recuerdos de ponzoñas y crímenes. En él murió, a los ochenta años, este perfecto señor de la mesa. Presidía una comida de Nochebuena a la que sólo había invitado a sus más dilectos amigos, y se durmió, después de comer con alegre apetito. No volvió a despertarse”. Sin duda, genio y figura.

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