Jueves, 21 Noviembre 2024

HANNIBAL, UN FINAL ALTERNATIVO

HANNIBAL, UN FINAL ALTERNATIVO Imagen 1

El pulso del Doctor Hannibal Lecter se aceleró como nunca lo había hecho. Por momentos, su brillante mente había dejado de funcionar. 

En un rápido movimiento, ella había unido, con las esposas que llevaba en su cinto, su mano con la mano del doctor. Él acercó su cara a escasos dos centímetros de la suya.

-Clarice, te doy diez segundos para que me sueltes las esposas- le espetó con dureza.

Clarice no contestó. Con el pelo sujeto por la puerta del frigorífico y la manilla de éste rota por el doctor se encontraba vulnerable. A sus expensas.

Hannibal se giró sobre sí mismo y estirando el brazo agarró un enorme machete de cocina. Brilló el filo dispuesto a no supo muy bien qué.

Elevó la mano con las esposas que le mantenían unido a ella y la apoyó en la parte superior del frigorífico. Miró con decisión a sus ojos. Giró la mirada sobre su mano, las esposas y la mano de ella. Elevó el machete. Dudó un instante…

-Esto va a doler, Clarice… ella cerró los ojos esperando lo peor. Levantó aún más el machete y descargó un certero golpe sobre la base de su dedo gordo. La sangre salpicó la cara de ambos dejando un chorro de sangre enorme sobre el suelo y la puerta del frigorífico. 

Ella se desmayó, pero aguantó los instantes precisos para ver como Hannibal, con un gesto indescriptible de dolor, deslizaba a duras penas lo que quedaba de su mano por las esposas, se tapaba la herida con una servilleta que había encima de la mesa y con increíble frialdad se agachaba y recogía su dedo amputado.

Tambaleándose salió de la cocina. Se metió en el coche y llegó a su casa. Se limpió y cosió la herida. Cauterizó con la llama de un soplete la zona que le pareció que pudiera llegar a infectarse. Lágrimas de dolor inundaron su rostro. Finalmente la vendó y respiró hondo. Desde el principio había descartado la idea de ir a un hospital a que se lo pudieran reimplantar. La probabilidad de ser detenido era muy alta. 

Pasadas un par de horas se tranquilizó y preparó su maleta. El avión esperaba en apenas seis horas. Vio la servilleta con el dedo y se quedó pensando… qué comería en el avión. Quedaba tiempo. Lo podía hacer. No era la primera vez que lo pensaba, pero nunca había tenido la oportunidad. Su increíble flema le hizo ponerse a cocinar.

Encaminó sus pasos a la cocina y agarró una sartén, algo de mantequilla, sal y una copita de Armagnac. Encendió el fuego y lentamente fundió la mantequilla. El olor de la grasa le abrió el apetito que había olvidado por completo en las últimas horas. Metió el dedo amputado y lo dejó haciendo suave, suave. Añadió el Armagnac y lo flambeó. El fuego azul iluminó su cara. Esbozó una pequeña sonrisa. Al cabo de una hora lo apartó del fuego y lo desmigó, retirando huesos y la uña. Lo depositó en un pequeño túper y agregó el jugo que por reducción se había convertido en una salsa aterciopelada. Recogió sus cosas y marchó al aeropuerto no sin antes detenerse en la delicatessen Dean & Deluca y comprar un pequeño set de comida para llevar. La abrió e introdujo su particular vianda. Observó con deleite la lata Caviar Beluga, el sobre de jamón de Guijuelo y una pequeña botella de vodka. Cerró la cajita y se alejó en el taxi.

Se dejó caer en el gigantesco butacón de primera clase del avión. Cuando llegó la comida la rechazó haciendo que su compañero de asiento, un niño de ocho años, se interesara primero por su mano y después por su particular comida.

-¿Qué es eso que estás comiendo? Tiene forma rara. 

Hannibal miró al infante con cara de suficiencia.

-Esta rico… pruébalo- contestó el doctor regalándole una sonrisa. -Mi madre siempre me decía que había que probar cosas nuevas. 

El niño saboreó con curiosidad el pequeño recipiente. Con una cucharilla aceptó un trozo de la carne guisada.

- ¿Te gusta?

- Está bueno-  contestó el niño. –Pero sabe raro.

El doctor Lecter se quedó pensativo al ver a la criatura cómo degustaba su guiso. La madre se interesó.

- No molestes al señor- intervino.

- No es molestia. Me gusta que los niños aprendan a comer. Además, tiene usted un niño muy rico, respondió. 

Mientras terminaba de comer pensó en que nunca había cocinado algo tan suyo.

 

 

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Xabier Gutiérrez 

Cocinero y escritor