Viernes, 22 Noviembre 2024

LA SEÑORA CEBOLLA

LA SEÑORA CEBOLLA Imagen 1

 

Como comentamos en nuestro número anterior, el pasado mes de noviembre tuvo lugar en la Sede de la Cofradía Vasca de Gastronomía, en Donostia, la Entrega de Premios del III Concurso de Relatos Cortos de Gastronomía impulsado por FECOGA (Federación de Cofrafías de Gastronomía de Euskal Herria) como culminación a un Certamen en el que han participado más de 60 escritores y escritoras.

El Primer Premio, dotado con 2.000 euros, recayó en el relato "La señora cebolla", de Rosa Reboredo Gómez, de Pontevedra. Asimismo, el relato "María", de Jon Garde Mazkiaran, de Altsasu fue agraciado con el áccesit de 500 euros que FECOGA concede al mejor relato relacionado con algún producto de los que representan las Cofradías asociadas a la Federación. 

Ondojan.com tuvo el honor de participar en las deliberaciones del jurado y, en correspondencia con la atención recibida por FECOGA, ofrecemos a nuestros lectores el relato ganador.

 

 

 


 

 

LA SEÑORA CEBOLLA ROSA REBOREDO GÓMEZ. ILUSTRACIÓN: AINARA OSINALDE

 

Senora Cebolla OJ115Estábamos de vacaciones navideñas y me acababa de levantar cuando sonó el teléfono. Mi padre no estaba en casa, llegaría por la noche, ya que tenía un congreso en M… y mi madre terminaba de arreglarse para ir a trabajar en la ciudad, a tan solo 10 kms. de casa, en un estudio de decoración, dedicado en exclusiva a la restauración de casas y pisos antiguos. Yo estaba en la mesa de la cocina preparándome el desayuno cuando mamá contestó al teléfono. La admiraba por todo, por su forma de vestir, siempre tan guapa y garbosa (vestía muy bien, aunque claro, por su tipo de trabajo no le resultaba difícil combinar colores y tipos de ropa). Solía comprar la ropa cuando encontraba una ganga, le gustaba el reto de combinarla bien por poco dinero. Noté cómo cambió su expresión, colgó el teléfono y me dijo que la abuela estaba ingresada en el hospital; había llamado el abuelo.

Teníamos planes para hoy. Ella saldría antes de trabajar y nosotras, es decir, mi hermana Ana de 10 años y yo, de 15 (por cierto, mi nombre es Cris) cogeríamos el autobús para comer con ella en la ciudad y después iríamos de compras navideñas, regalos para los abuelos… Pero no podía ser, por lo menos hoy. Llamó al estudio para decir lo que sucedía, me preguntó si podía hacerla comida para las dos (a lo que contesté que sí, que estuviese tranquila por eso) y se fue diciéndome que ya me llamaría para decirme algo sobre el estado de salud de mi abuela.

Me fui a mi habitación a leer pero no era capaz, no me concentraba, encendí el ordenador, pero no estaba allí. De forma inconsciente me volví a la cocina. Mi idea era preparar unas tortillas francesas y una ensalada para comer, así que abrí la nevera para ver si había huevos y tomates, y allí estaba ella, en medio del estante, con una gran sonrisa y toda hinchada.

-Soy la mejor, la inigualable, la indispensable, la excelente, la reina de todos los platos - habló.

Me hizo gracia, ya que me reí, pero a la vez estaba sorprendida.

-¿Puedes hablar? – le pregunté, aunque era evidente.

-Sí, señorita. ¿Qué venías a buscar a la nevera? – me dijo, toda llena de razón.

-Mi abuela está en el hospital, mi madre ha ido para allí y mi padre no llega hasta la noche, todo eso supone que me toca hacer la comida para mi hermana y para mí. Venía a ver si hay huevos y tomates para hacer unas tortillas francesas y una ensalada.

-¡Ajá!, lo suponía, una comida sosa y sin complicaciones. ¿No quieres hacer algo más elaborado?

-No sé cocinar – repliqué.

-Pero yo sí y con mi ayuda lo conseguirás. Anda monina, sácame de la nevera y veremos qué podemos cocinar.

Me resultaba increíble estar hablando con una cebolla, pero así era. Estábamos conversando. Al apoyarla sobre la encimera de la cocina vio un recipiente de cristal con lentejas dentro.

-¡Ajá!, están a remojo – dijo la cebolla refiriéndose a las lentejas.

-Sí – contesté – mi madre tenía pensado prepararlas esta noche, para comer mañana.

-Y ya se pueden cocinar – reflexionó la cebolla.

-Sí, pero yo no sé preparar lentejas.

-¿No seguirás con la idea de cocinar unas tortillas francesas? Probamos con las lentejas y si no salen bien haces las tortillas, ¿vale?

-Vale – respondí. Es gracioso que una cebolla dirija mi vida.

-¡Ajá! ¡Vamos allá!

-No sabes otra coletilla que no sea ¡Ajá! Bueno, qué le voy a pedir a una cebolla.

-Muchachita, si te vas a reír de mí, aquí lo dejamos. Pero, ¿no quieres dar una sorpresa a tus padres? Y además, hoy que aún encima vendrán sin ganas de preparar la cena.

-Vale, perdona. Ya es bastante raro que una cebolla hable y ahora me va a enseñar a cocinar. Muy bien, venga, procedamos.

-Pues bien, empecemos. Coge un ajo, una cebolla, uno o mejor dos pimientos, un par de tomates, una zanahoria, una patata, una hoja de laurel, dos o tres clavos, las lentejas, por supuesto, un pimiento choricero, aceite, pimentón dulce y picante y agua.

-¿Y la panceta y el chorizo? ¿Te has olvidado?

-No, nuestras lentejas serán vegetales.

-¿Lentejas vegetales? Y ¿a qué sabe eso?

-Mire usted señorita…

-Cris, mi nombre es Cris, no señorita y menos aún con esa entonación.

-Perdóneme usted. Hemos empezado con mal pie.

-Y trátame de tú que tengo 15 años, no 60.

-O.k. Cris, piensa. Tu madre siempre hace las lentejas con carne.

-Y bien ricas que están.

-No lo dudo, pero si tú las preparas de la misma manera, no tiene gracia. Si las preparas de otra, serán “las lentejas de Cris” y además serán más sanas y las estaréis comiendo de otra forma diferente.

-Vale, tienes razón otra vez.

-Bien, continuemos, eh…

En ese momento sonó el teléfono y era mamá que me contó que a la abuela la habían ingresado, ya que tenía todos los síntomas de un ataque cardíaco, pero había resultado falsa alarma. De todas formas, iban a dejarla ingresada para hacerle más pruebas y saber los motivos y, si todo iba bien, posiblemente mañana ya saldría del hospital. Mamá pasaría allí el día, haciendo compañía a los abuelos.

-Bueno, señora cocinillas – dije con sorna a la cebolla- mi abuela está bien. ¡Vamos a cocinar!

-¡Bien Cris!, así se habla. Primero vamos a picar el ajo en trocitos y la cebolla en trozos un poco mayores. A continuación ponemos un chorrito de aceite en una sartén, lo dejamos calentar un poco y le echamos el ajo y la cebolla.

Todos estos trocitos se pusieron de repente a bailar, quedé con la boca abierta y pensé: ¡adiós comida! Pero me equivocaba, los trozos de ajo y cebolla bailaban, sí, pero en dirección a la sartén, parecía una coreografía de Esther Williams. Una vez que estuvieron todos dentro, los dejamos pochar. Retiramos la sartén del fuego y la dejamos enfriar un poco. Mientras, empecé a trocear los pimientos, hasta que la señora cebolla me dijo que parase y agregase al ajo y cebolla de la sartén, un poco de pimentón dulce y un poquito de picante. Esta sartén con su contenido lo reservamos, sobre una tabla, lejos de la zona de cocción y trabajo, para que no nos molestase.

Cogí una buena olla y le puse otro chorrito de aceite. En cuanto empezó a calentarse un poco, allá se fueron los pimientos bailando; lo mismo hizo la zanahoria, el pimiento choricero (que habíamos tenido un poquito en remojo), las lentejas, la patata, la hoja de laurel y los clavos. La encimera de la cocina era una auténtica fiesta, daba gusto ver cómo se movía la hoja de laurel, con ese porte, y ver a todas las lentejas al unísono era de lo más gracioso. Nunca había visto algo semejante y me dije que la próxima vez, tenía que grabar ese espectáculo. Una vez que estuvieron todos en la olla, la señora cebolla me dijo que pusiese agua hasta cubrirlo todo, también el contenido de la sartén, que limpié bien con una cuchara de madera (para que no se estropease el fondo de la sartén) y sal.

-¡Ya está! – dijo la cebolla.

-Pues no es tan difícil.

-No. La cocina lleva un poco de tiempo y un mucho de cariño, si se puede decir así. Ahora lo removemos todo y lo dejamos a fuego suave veinte o treinta minutos, más o menos, para que todos los ingredientes se cocinen y tomen el sabor de los demás. De vez en cuando tienes que remover para evitar que se pegue la comida al fondo y listo.

En ese momento entró Ana (mi hermana) en la cocina.

-Hummm –dijo - ¿qué huele tan rico?

-Estoy haciendo unas lentejas para comer.

-¿Desde cuándo sabes cocinar?

-No sé, pero me ha ayudado doña cebolla y así lo he conseguido – dije señalando a la cebolla.

-¡Vale, sí! –dijo Ana, mirándome con cara de pensar que estaba tonta.

-¿A que sí señora cebolla? –le pregunté girando la cabeza en su dirección, pero la cebolla ya no se movió, ni habló más-. Te juro que... – le iba a decir a mi hermana que cinco minutos antes esa cebolla hablaba y se movía, pero para qué.

Cuando llegaron mis padres me elogiaron por lo que había hecho, al probarlas apreciaron lo bueno que estaba el plato. Y más aún, al ser vegetarianas, ya que así eran más digestivas y no tan pesadas.

-¿Cómo se te ocurrió hacerlas vegetales? – preguntó mi madre.

-Me inspiró esa cebolla – acerté a decir, pensando en que si decía la verdad no me iban a creer.

Me llevé la cebolla a mi habitación para ver si se decidía a volver a hablarme cuando estuviésemos solas, pero fue en vano. A los pocos días tuve que tirarla ya totalmente estropeada y me dio mucha pena. Desde ese día, seguí cocinando, pero ahora sin la señora cebolla y tenía que ayudarme con libros o con internet, ya que ella no estaba para guiarme y enseñarme.

Hoy tengo 20 años y estudio en una escuela de hostelería. Aquella cebolla marcó mi vida, la cocina es mi gran pasión y espero que en un futuro próximo, mi trabajo.