DÍA DE CHUCHES
Donostia a 15 de diciembre de 2044.
Hoy mi abuelo ha venido a buscarme cuando he terminado el cole. Como era jueves hemos ido a comprar chuches. Justo saliendo de la tienda ha pisado una mierda de perro. Nunca le había oído decir tantos tacos seguidos. Se ha puesto muy enfadado. Parecía que en vez de aplastar un mocordo había pisado una mina antipersona y le había seccionado una pierna hasta la rodilla. Yo no paraba de reírme y por eso se ha enfadado aún más.
Hemos tenido que sentarnos en un banco justo debajo del Buen Pastor y allí se ha quitado el zapato y como era nuevo y tenía la suela bien marcada, el zurullo, que estaba recién hecho, calentito y de textura más bien cremosa, de mousse de chocolate diría yo, se le había metido por todas las rendijas hasta bien adentro. Ha ido a la pata coja hasta el parterre y allí ha frotado la suela en el césped, pero apenas ha conseguido nada. Ha vuelto dando saltitos sin dejar de maldecir. Me lo paso muy bien con él porque es un exagerado.
Entonces ha tenido una idea que no me ha gustado nada. Me ha quitado el chupachups que me había comprado y con la punta del palo ha empezado a hurgar por todas las rendijas de la suela y lo que sacaba lo iba dejando en el borde del banco. En un momento se la ha acercado a la nariz para con gesto de fastidio corroborar lo evidente. Un chorongo.
Yo le he dicho que lo que iba quitando no lo dejara sobre el banco y me ha dicho que no. Que había que socializar el dolor y que se quedaría como una especie de trampa para algún incauto como él. Aquí ya no paraba de reírme.
Ha intentado que yo la oliera no sé para qué. Sí abuelo, te creo, es caca, le he respondido alejándome al otro extremo del banco. Cuando ha terminado se ha vuelto a colocar el zapato y lo ha arrastrado por las piedrecillas del suelo. Luego le he dicho que me había prometido comprarme un caramelo nuevo. Menos mal que hemos terminado tirándolo y volviendo a la tienda.
Ya de camino a casa parecía que iba cojeando y entonces ha dicho que de todo esto tenía la culpa un tal Walt Disney. Yo no sé quién es ese tipo. Me ha explicado que es un señor que está congelado esperando a resucitar y que él tiene la culpa de humanizar los animales con películas como Bambi que debía ser un ciervo que, según ha contado, en vez de acabar en manos de un cazador, para después terminar como un buen guiso de ciervo al tomillo, andaba por ahí hablando y pensando como las personas.
De eso ya no le he creído nada, pero me he reído a gusto. Un señor congelado. Qué ocurrencias tiene el abuelo.
Después se ha calentado y me ha contado que en esta ciudad hace cinco años el ayuntamiento instauró la concejalía de Asuntos Perrunos a cargo del erario y que desde entonces no se puede pasear por la ciudad si no es mirando al suelo. Que los perros nos han invadido, que el suelo está lleno de E. colis y que casi hay tres veces más perros censados que niños. Luego me ha explicado lo que era erario, ecolis y concejalía, pero ya se me ha olvidado.
Yo he empezado a chupar el caramelo, pero no lo estaba disfrutando, recordando la escena de mi abuelo y su limpieza de suela.
Cuando ya llegábamos a casa me ha explicado que los animales son para estar en libertad, no para castrarlos ni esclavizarlos en una casa. No sé por qué dice eso, el perro de Ander, mi mejor amigo de la ikastola, no tiene pinta ni de esclavo ni de estar estresado. Esta siempre rascándose la barriga, tirado en una esquina de la casa. Lo que si me acuerdo es de la explicación de la palabra castrar.
Subiendo en el ascensor me ha confesado que una vez pensó en tener un perro. Que fue cuando se le murió su mejor amigo con el que solía pasear por la Zurriola pero luego no lo hizo porqué pensó que no podría discutir con él que era lo que de verdad le gustaba de su compañía.
Al despedirse me ha dicho una frase que tampoco he entendido. No hay nada más animal que una persona ni más personal que un animal.
Para mí que se ha liado.
TE LO DIGO ...y te lo cuento
Cocinero y escritor