EL ÚLTIMO CHURRO
Donostia, a 21 de septiembre de 2043.
Hola, me llamo Mateo y tengo 6 años. Mi nombre es muy popular. Cuando ando jugando en el parque y alguien grita mi nombre nos damos la vuelta la mitad de los niños.
Hoy no tengo cole y he visto a mi padre que estaba preparando un desayuno especial. Me ha dicho que muchas veces se lo preparaba su padre por lo menos dos o tres veces al año. Mi abuelo es un peliculero, cuenta unas historias muy divertidas y me río mucho, pero la mayoría no las entiendo.
Dice que a él lo que más le gusta era hacer comidas solidarias añadiendo que los churros lo son mucho. Me cuenta que son únicos. Para su elaboración necesitas arrimar el hombro. Yo pensaba que eran algunas de sus historietas hasta que una vez se lo vi hacer y era verdad. El único plato que se necesitaba un hombro para hacerlos. Apretaba con fuerza contra la parte superior del brazo una manga pastelera de acero y allí que salía un churro que después caía sobre el aceite hirviendo. Suelo coger una silla y verlo en la distancia porque el aita me dice que es una masa tan dura porque solo lleva agua, harina y sal y que a veces forma burbujas y explotan en el aceite hirviendo.
Lo que sí tengo claro es que esta riquísimo sobre todo cuando lo unto en un chocolate muy espeso que es receta de la ama. Y cuando lo digo es entonces cuando el abuelo ataca de nuevo:
“Mejor harías en decir a tus aitas que te lo preparen más a menudo en vez de desayunar muffins, corn flakes, brownies y otras mierdas imperialistas”
Yo no sé qué quiere decir, pero todos se ríen mucho a mi alrededor cuando dice eso.
Y ahí es cuando acelera y parece que el aitona se enfada consigo mismo y empieza a contar que en Donosti ya no hay churrerías y que de eso tiene la culpa el alcalde que según me ha contado es una especie de reyezuelo que se mantiene en el poder en un gigantesco castillo embrujado que se encuentra en mitad de los jardines de Alderdi Eder delante de la bahía de la Concha. Tiene dos impresionantes y altas torres y a su interior no se puede acceder. Solo sus guardias. Y que es igual que intentes hablar con ellos porque nunca responden. Solo por carta y siempre amenazando. Y que debe ser como un embrujo porque funciona así sea el que sea el que mande: alto, bajo, calvo o con perilla. También debe dar igual que escriba con la izquierda o con la derecha. Y que tiene mazmorras para los que no piensan como ellos junto a un dragón que escupe fuego.
Pero eso último no le creo. Yo me lo paso bien, pero son cosas del abuelo. Su última ocurrencia es que tiene intención de hacer una película. Le ha puesto título incluso: La odisea de montar un negocio en Donostia. Me ha dicho que para rodarla va a necesitar ayuda y que tendremos que ir al castillo a pedir permisos. Pero a mí me da miedo, y ya le he dicho que no pienso acompañarle.
Mi abuelo ha contado que hoy hace veinte años que cerraron una churrería mítica en la ciudad y que desde entonces se estaba perdiendo la tradición. “Ya le puedes decir a tus aitas que te los hagan. Hoy en día no hay manera de probarlos en esta santa ciudad”, me ha dicho en un tono triste.
Hoy mi abuelo me ha ido a buscar al cole y me ha contado que, a la mañana, después de muchos intentos, había logrado entrar en el castillo y que había hablado con algún guardián de alguno de los aposentos misteriosos y ocultos que hay en su interior y le habían prometido que iban a cuidar más al pequeño comercio rebajándole los diezmos y así evitar que la cuidad se convierta en una gigantesca franquicia donde la artesanía sucumba en las garras del imperialismo.
Yo me he reído porque parece que la palabra en cuestión genera diversión, pero sobre todo por cómo lo contaba, aunque de nuevo no he entendido nada y he empezado a preguntar, “¿Qué es un diezmo?”
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...y te lo cuento
Xabier Gutiérrez
Cocinero y escritor